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jueves, 6 de mayo de 2010

IGNATIUS REILLY





Tenemos una piscina en la azotea desde la que se ve la ciudad a nuestros pies. Podemos ver el río a un lado y al otro intuir el lago Pontchartrain, vemos la catedral de San Luís aquí al lado y Jackson Square con sus lectores de tarot y sus malabaristas, al otro lado los cuatro edificios del humilde centro financiero local. Allí arriba nos hemos pasado la tarde, al sol y a remojo.
Pero antes hemos cogido el tranvía para visitar Garden District, lo que hace un par de siglos eran plantaciones de algodón y caña de azúcar y que luego fueron divididas en parcelas para poder acomodar a los blancos ricos que no querían vivir mezclados con los criollos en el barrio francés. Ahora son una buena colección de antiguas casas de victorianas, jardines y tiendas de anticuario.

Po'boy, jambalaya, muffuletta, beignet, remolaude, gumbo, étouffé, pecan crumble, praline...para un país que no destaca por su gastronomía y bastante homogéneo en esto de la comida, tanta variedad y originalidad no está nada mal. Nueva Orleans tiene fama de ser un sitio donde comer bien, y esa fama tiene algo de cierta, por lo menos se come diferente...y eso que la cena de hoy en uno de los restaurantes más de moda no ha salido tan bien como esperábamos.

Se nos han terminado los viajes por ahora, después del ajetreo de las últimas semanas, mañana volvemos a Chicago y nos reincorporamos a la vida normal por un tiempo, hasta que llegue la segunda remesa de visitas. Música.

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