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viernes, 5 de febrero de 2010

HYDE PARK EXPRESS



En las fiestas no te sientes jamás,
puede sentarse a tu lado alguien que no te guste
Groucho Marx

Confieso que he seguido muy a menudo el consejo y ahora que uso el transporte público le he descubierto nuevas aplicaciones. Sentarse en el autobús o en el metro siempre ha sido un deporte de riesgo, se puede sentar a tu lado algún parlanchín con ganas de hacer amigos (para defenderse de ellos ya se ha inventado el iPod) o algún enemigo del agua y el jabón (de momento no existe antídoto) o puede que te encuentres en el dilema de decidir a partir de qué edad puedes cederle el asiento a una mujer sin que se ofenda. Pero en este país es casi una temeridad porque puedes morir aplastado, ésta mañana casi ocurre una desgracia.
Estaba cómodamente sentado en la última fila, a unos asientos de distancia de Bob el Silencioso, cuando ha subido un ocelote medalla de oro y ha ido derecho hacia el asiento libre junto a mí, ha debido ver el pánico en mi cara porque se ha arrepentido en el último momento y ha elegido como víctima a una china escuálida que estaba ensimismada con una de las novelas de Stieg Larsson, antes de darse cuenta, la pobre ha quedado aplastada contra la ventanilla. Es lo que tiene leer libros tan adictivos...no te enteras de los peligros que te acechan.

Hoy, ambiente de viernes y tarde de anécdotas. Como aquella vez en la una muy diligente enfermera de endoscopias salió del baño arma en mano, corriendo tras un paciente...que se la había olvidado en el lavabo. O esa otra vez en la que una angustiada enfermera de anestesia, viendo que el paciente que estaba sobre la camilla no respondía a ningún estímulo, no respiraba y no parecía tener pulso, le gritaba, ya cerca del ataque de histeria, al anestesista ¿¡cargo la atropina!? ¿¡cargo la atropina!? a lo que el anestesista contestaba impasible, ¿qué piensas que le va a hacer la atropina a un muerto?...me recordó a una similar con el Dr. Díaz de protagonista.
Ha habido muchas más, pero con esto pasa como con los chistes, cuando quieres contarlos no te acuerdas de ninguno, si me vuelven a la cabeza os las cuento otro día.

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