Estos días en los que el circo de Hollywood ha invadido la ciudad he estado pensando en las alcantarillas humeantes, los callejones estrechos y oscuros llenos de cubos de basura, las escaleras de incendios colgadas de las fachadas por las que siempre escapan los buenos, los ghettos con tablones en las ventanas y pandilleros desafiantes sentados en las escaleras, los Dunkin Donuts abiertos 24 horas para que la policía se tome un tentempié de madrugada, los moteles de carretera anclados en los años 50, los bailes de fin de curso en los que cuesta decidir quien lleva el vestido más hortera o la flor más grande en la muñeca, el zumo de naranja en enormes bidones de plástico, la barra libre de café del malo en los restaurantes malos, los bricks de leche en las bandejas del lunch, los porches con columpio...y en muchas otras cosas que se me han olvidado. Y en que todas ellas no sólo salen en las películas sino que son tan reales como la vida misma, y hacen que la mayor parte del tiempo tenga la impresión de estar viviendo dentro de una.
La música.
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