Ya ha pasado uno de los dos días al año en los que me disfrazo de sportinguista y ya me voy acostumbrando a lo de ver el fútbol a la hora del vermú y a escuchar los comentarios con acento argentino. El resultado ha sido el esperado, malo, es lo que tiene animar al pequeño. Pero ésta vez ha sido peor que otras, por haber tenido que sufrir una mayor dosis de prepotencia, antes y después, de a la que estamos tristemente habituados, que nunca acostumbrados.
Siempre he pensado que es más importante saber ganar que saber perder, y más difícil. Al fin y al cabo los perdedores pueden encontrar un atenuante en la ofuscación por la derrota. Dirán lo que quieran, pero a mí me da la impresión de que al caballero del honor se lo han zampado una panda de portugueses.
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