Por aquí viven un tanto obsesionados con la comida orgánica, gracias a una especie de documental que cuenta como la malvada industria alimentaria está empeñada en obligarnos a comer de la peor manera posible y tiene como único fin convertirnos a todos en gente más enferma y más gorda, adictos sin remisión a la comida basura.
La cosa es que la película en cuestión les ha metido el miedo en el cuerpo e intentan asegurarse de no comer pollos hormonados, terneras forradas de antibióticos o vegetales fumigados con pesticidas y abonados con fertilizantes que les producirían extrañas mutaciones.
Gracias a ello es fácil encontrar tomates ecológicos, auténtica miel de flores, leche de granja o huevos de corral...o eso dicen las etiquetas y los Farmers Market salen como champiñones con la llegada del buen tiempo, o si no te pillan a mano siempre puedes acercarte a Trader Joe's, con su ejercito de empleados pelirrojos que parecen salidos de alguna comunidad amish de la Pennsylvania profunda...salvo por los pendientes y los tatuajes.
Yo no tengo ningún criterio para saber si todo esto es cierto, y ni siquiera he visto la película, pero viendo sus peculiares costumbres alimenticias se hace difícil entender que tengan que buscar un culpable para sus problemas, como casi siempre...¿sabrán donde tienen el ombligo?.
Casi a estas horas, el vikingo estará despegando del otro lado del mundo y doce horas después estará aterrizando en este. Hasta entonces una canción.
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