Hace unos días un buen amigo me contaba que se acordó de mí al enterarse de la presentación de un libro en Gijón, y todo porque el escritor y yo compartimos temporalmente la Universidad de Chicago, ya que él es catedrático de antropología.
Me hizo gracia la coincidencia y traté de encontrar más información sobre el profesor, lo que fui descubriendo hizo que las casualidades se fueran multiplicando.
Leí que es un tipo importante y prestigioso en su campo, con un buen número de artículos y libros publicados y también que es experto en etnografía y antropología cultural del arco atlántico y que su interés por el mundo celta le llevó a pasar varias temporadas en Asturias. Pero no en cualquier parte, sino haciendo trabajo de campo en Cangas de Onís, la primera capital del viejo reino -Minima urbium, maxima sedium, volviendo al tema de ayer-, y en donde están parte de las raíces familiares, quién sabe si alguno de ellos fue protagonista de aquellos estudios.
Aquellos y otros muchos trabajos asturianos dieron origen a muchos de sus libros, entre ellos el que presentaba hace pocos días y que al parecer intenta explicar el enigma del carácter asturiano, tarea complicada.
Y encontré que además de todo eso es académico de honor de la Academia de la Llingua Asturiana, está visto que el mundo no llega ni a pañuelo.
Si es que entre la base de datos de La Nueva España y la de Asturianos por el mundo, el mundo es casi una gamucina de limpiar las gafas...
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